Se trata de Fructuoso Rodríguez Pérez, oriundo de Santo Domingo y Juan Pedro Carbó Serviá, natural de Remedios. Ellos, junto a José Machado Rodríguez, Machadito, y Joe Westbrook, habían participado en las acciones del 13 de marzo y eran muy buscados por los sicarios batistianos.
La cobarde delación del traidor Marcos Rodríguez condujo a las huestes sanguinarias del entonces capitán Esteban Ventura Novo hasta el apartamento donde permanecían los revolucionarios.
Llegaron silenciosamente y poco después de las cinco y media de la tarde. Según testimonios de los vecinos, empezaron a romper violentamente las puertas con las culatas de sus armas. Juan Pedro Carbó Serviá pudo descender al piso de abajo. Cuando se dirigía al elevador, fue interceptado poco antes de llegar y ametrallado a boca de jarro de forma inmisericorde. Todo su rostro y su cuerpo quedaron acribillados a balazos.
Machadito y Fructuoso se lanzaron por una ventana hacia la planta baja, a pesar de la altura. Cayeron en un pasadizo largo y estrecho que pertenecía a una agencia de automóviles. Una verja con un candado cerraba toda salida.
Al caer, Fructuoso quedó inconsciente en el piso, mientras Machadito hacia esfuerzos supremos por levantarse, pues se había fracturado los tobillos. Los sicarios introdujeron una ametralladora entre los barrotes. Se oyó la voz de Machadito: «estamos desarmados». Luego, varias ráfagas.
Fructuoso Rodríguez era alumno de la Escuela de Agronomía de la Universidad de La Habana, resultó electo en varias ocasiones presidente de la Asociación de Estudiantes de su carrera. Junto con José Antonio Echeverría, encabezó a partir de 1954 la tendencia más revolucionaria dentro de la Federación Estudiantil Universitaria, cuyo brazo armado, el Directorio Revolucionario, ambos fundaron.
Por su parte Juan Pedro Carbó Serviá estuvo en la vanguardia de todas las demostraciones estudiantiles, desde el 15 de enero de 1953, en la manifestación en protesta por la profanación del busto de Mella. Durante el ataque a Palacio el 13 de marzo de 1957 perdió sus espejuelos. A pesar de su fuerte miopía, pistola en mano continuó combatiendo. Fue de los últimos en retirarse.
Aquel sábado 20 de abril de 1957, la sangre de dos jóvenes hijos de esta tierra abonó el camino hacia el triunfo de enero. Años después, el peso de la justicia revolucionaria cayó sobre el traidor Marcos Rodríguez, quien fue ajusticiado en 1964.