Madre. Si en cinco letras cupiera el universo, no existiera la agonía. Si en tu regazo húmedo y brillante cupiera toda la gloria, nadie se preocuparía por la incertidumbre del tiempo. Eres tú, mamá, la que hace del mundo un lugar más disfrutable.
Te vislumbro poderosa, resplandeciente, justo como ese cuerpo celeste capaz de encender hasta en las noches más oscuras. Rellenas cualquier vacío, dibujas el vaivén de la vida con manos de artista. Si río, ríes; si lloro, tu castillo se desmorona. Estás hecha de una mezcla perfecta entre dignidad y belleza. Así como el diamante, cautivas a todos con tu fulgor, aunque muchos ignoren tu origen duro y carbonoso.
Madre, tú juntas todos los pedazos de luz, recoges las estrellas que se caen, encuentras el fin del arcoíris. Por mí te atreves a inventar un color nuevo, un sabor que no exista. Con la pureza y quietud de un mar en calma, abrigas lo que ha nacido de ti, pero también arremetes, cual ola enfurecida, cuando alguien acecha tus pequeños brotes de arena.
Nunca sabré todo lo que callas. Crees que así no me lastimas. Temo enormemente no ser lo que soñaste, no retribuir lo suficiente una caricia, un consejo, un regaño para bien o aquellas frases que repites hasta el cansancio. En el fondo sospechas de tus dones: certeza, refugio, destino seguro, portadora de legados ancestrales.
Eres un camino constante de árboles, flores, frutos y espinas ¿Acaso hay manera de definirte mejor? Eres madre, con cada uno de los valores añadidos. Eres madre cubana, como otras tantas mujeres de hierro que llevan el firmamento a cuestas, que hallan en milésimas de segundos lo que uno busca, que llegan con una bandera de sanación en medio del caos, que germinan espléndidas en la calle, a las puertas de una escuela, en el campo, el hospital o dentro de un ómnibus.
Llevo ambas manos al pecho y pido que este y todos los días sean de ustedes. Que los hijos que han traído al reino terrenal las divisen sonrientes al abrir el portón, vigorosas entre las llamas cuando el mundo arda. Que perciban su olor en las cuatro paredes del hogar. Que hereden las cualidades que las hacen grandes y los detalles que las tornan únicas. Y que tú, madre, guíes siempre mis pasos. Quédate aquí, como mi otra lágrima, mi otro sillón, mi otra almohada.
Madre debería ser (sin embargo no es) sinónimo de eternidad ¡Cuánta injusticia!