En poco tiempo se ha convertido en práctica habitual, sobre todo en las ciudades, el pago de servicios, productos, y demás operaciones comerciales y financieras, mediante el uso de instrumentos de pago y canales electrónicos, sin necesidad de tocar el dinero en efectivo y ya pocos recuerdan por ejemplo los giros por correo. No es poca cosa evitarse las colas y el transporte en tiempos espinosos.
Un lunar evidente del proceso ha sido el engorroso camino para acceder al efectivo cuando los cajeros automáticos andan lejos de satisfacer la demanda por el déficit de dinero en la red bancaria, resultado de su concentración en manos privadas con el sustancial crecimiento de su peso en la oferta de bienes y servicios. Y aunque se había dicho que el proceso sería paulatino y el efectivo seguiría usándose, la pregunta de todos es ¿cómo accedemos?
La obligatoriedad mediante legislación para todos los actores de asegurar la opción de los canales electrónicos de pago e implementar el servicio de caja extra, permite soñar con el día en que las billeteras serán casi obsoletas, pero no son pocos los que violan lo establecido y exigen efectivo sobre todo para burlar el fisco, lo cual además de su componente delictivo, afecta los ingresos al presupuesto del estado. Lo que sí está claro es que ningún comerciante está autorizado a prohibirle al cliente el pago por vía electrónica.
Pero aun cuando la bancarización no resuelve en las ciudades todos los problemas generados por la falta de efectivo, donde sí es agónico para muchos es en los campos, donde se usa más el efectivo y para extraerlo de la tarjeta deben trasladarse varios kilómetros para acceder a un banco que no podrá asegurarle el monto solicitado de su propia cuenta, lo que desestimula los depósitos. Resulta imposible imaginarnos hoy sin bancarización, pero ella por sí sola no puede borrar los oscuros nubarrones que lastran nuestra economía.
Si sale más dinero de los bancos que el que entra, si se concentra en pocas manos, si el estímulo mayor no es el que llega al que produce la riqueza, entonces son esas las torceduras a enderezar con prontitud. Y si la bancarización que debiera agilizar el pago, no evita el impago al que produce, hay que saltarle encima al problema con herramientas infalibles, entre ellas la imprescindible prioridad.
Lo innegable es que al final, cuando la bancarización logre imponerse, no tendrá nadie que ir a un cajero a extraer dinero, porque todos los bienes y servicios, incluyendo entre personas naturales, podremos pagarlos por canales electrónicos.