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Ciudad bajo palabra: los aparecidos (+Pódcast)

Mauricio Escuela Orozco

Jueves, 24 Abril 2025 16:29

La ciudad de Santa Clara, con sus callejones empedrados y casas de tejas rojas que respiran historia, atesora entre sus muros no solo relatos de héroes y batallas, sino también susurros de presencias invisibles, ecos del más allá que se manifiestan a través de los aparecidos.

Estas narraciones, transmitidas oralmente de generación en generación, conforman un peculiar patrimonio cultural que revela una Santa Clara imbuida de misterio y superstición.

En aquellos tiempos, la frontera entre el mundo de los vivos y el de los muertos era porosa, permitiendo que las almas en pena o por simple capricho se manifestaran a los habitantes de la ciudad. Las formas que adoptaban estas apariciones eran variadas y escalofriantes, animales de ultratumba, como gallinas seguidas de sus polluelos fantasmales, o perros negros, sin cabeza, que vagaban en silencio, anunciaban la presencia de lo sobrenatural.

Los lamentos de los recién nacidos, sin consuelo, cuyo origen se desconocía, erizaban la piel de quienes los escuchaban, y la imagen más recurrente, quizás la más aterradora, era la de un hombre sin cabeza, cuyo espectro errante sembraba el pánico en las calles oscuras.

Se creía que estos aparecidos de Santa Clara tenían diferentes motivos para manifestarse. Algunos buscaban simplemente asustar a los vivos, quizás movidos por una venganza póstuma, o por el simple placer de perturbar la tranquilidad de los mortales. Otros, más generosos, regresaban para revelar la ubicación de tesoros ocultos, riquezas enterradas en tiempos de guerra o incertidumbre económica.

Se rumoreaba que estos fantasmas señalaban el lugar exacto donde se encontraban las botijas llenas de monedas de oro, esperando ser desenterradas por algún afortunado. No faltaban tampoco aquellos espíritus que, atormentados por sus pecados en vida, imploraban la realización de misas para lograr un descanso eterno. Una de las historias más curiosas es la del capataz de la cuadrilla de reparación de la vía férrea.

Se cuenta que este hombre, mientras trabajaba en la línea del tren, recibió la visita de un aparecido que le indicó el lugar donde se encontraba enterrado un tesoro. Sin embargo, la búsqueda al parecer resultó infructuosa, lo que puso de manifiesto la ambigüedad y la incertidumbre que rodean a estas narraciones. Más allá de los tesoros escondidos, los aldabonazos y las cadenas arrastradas eran fenómenos comunes en las casas antiguas de Santa Clara e estas apariciones.

Estos ruidos inexplicables que resonaban en la oscuridad de la noche despertaban el temor y la curiosidad de los habitantes. Se decía que ciertas calles, como la de San Miguel, eran especialmente propensas a este tipo de manifestaciones, convirtiéndose en lugares temidos y respetados a partes iguales. Asimismo, se contaban historias sobre la aparición de un jinete sin cabeza por la calle Maceo, en dirección a la ermita de la Virgen de la Caridad.

Algunos afirmaban haber visto solo al caballo, mientras que otros aseguraban haber distinguido la figura del jinete, aunque sin poder precisar sus rasgos. Estos relatos de aparecidos no eran meras supersticiones populares, sino una parte integral del imaginario colectivo de Santa Clara. Eran historias que se contaban al calor de la chimenea, que se transmitían de padres a hijos y que contribuían a crear una atmósfera de misterio y fascinación en la ciudad.

Más allá de la veracidad de estos sucesos, lo cierto es que los aparecidos de Santa Clara han dejado una huella imborrable en la memoria colectiva, recordándonos que la línea entre el mundo visible e invisible es, a veces, más delgada de lo que creemos.