La madrugada del 17 de abril de 1961, la tranquilidad de la Ciénaga de Zapata, al sur de Matanzas, se vio abruptamente interrumpida. La Operación Pluto, un plan secreto urdido por la CIA, se materializaba con el desembarco de una brigada contrarrevolucionaria armada, entrenada y transportada por Estados Unidos. Su objetivo: derrocar al joven gobierno revolucionario.
Pero el pueblo cubano, que había abrazado la Revolución con fervor, no se dejó amedrentar. Fidel Castro, al mando del Ejército Rebelde y las Milicias Nacionales Revolucionarias, lanzó un llamado a la defensa de la soberanía. La respuesta fue inmediata y contundente. Hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, desde las ciudades hasta los campos, se movilizaron con un fervor patriótico inquebrantable bajo la consigna “¡Patria o Muerte!”.
Cuba se convirtió en un escenario de intensos combates. Los mercenarios, con el apoyo de la aviación estadounidense, desataron una ola de violencia y destrucción, dejando un saldo de más de 150 combatientes revolucionarios y varios civiles inocentes fallecidos. La superioridad en armamento y recursos del enemigo parecía avasallante.
Sin embargo, la determinación del pueblo cubano, unido en la defensa de su Revolución, fue el factor decisivo.
El 19 de abril, acorralados y derrotados en Playa Girón, los invasores se rindieron.
Girón no solo significó la primera gran derrota del imperialismo estadounidense en América Latina, sino que se convirtió en un símbolo de la resistencia y la unidad de un pueblo dispuesto a defender su soberanía a cualquier precio. La invasión, planeada para ahogar la revolución en la cuna, paradójicamente, la consolidó como un proceso irreversible.
La victoria en Playa Girón trascendió las fronteras de Cuba. Se convirtió en un faro de esperanza para los movimientos de liberación nacional que luchaban contra la opresión en todo el mundo. Demostró que, incluso frente a la aparentemente invencible maquinaria militar de una superpotencia, la voluntad de un pueblo unido puede cambiar el curso de la historia.
A más de seis décadas de aquellos de aquellos sucesos, Girón continúa siendo un recordatorio de la capacidad de resistencia de un pueblo, un símbolo de la lucha por la autodeterminación y un legado de valentía que se transmite de generación en generación.