Este 24 de octubre, la comunidad internacional conmemora el Día de las Naciones Unidas. Una efeméride que marca el aniversario de la entrada en vigor de su Carta fundacional en 1945. Aquel documento no fue solo un tratado; fue la materialización de una esperanza colectiva tras dos guerras mundiales: la de preservar la paz gobal , fomentar la amistad entre naciones y proteger los derechos humanos.

Sin embargo, ocho décadas después, la organización se encuentra en una encrucijada crítica. El mundo que enfrenta hoy dista mucho de aquel para el que fue concebida. En lugar de la cooperación, proliferan los conflictos: desde las tensiones en Eurasia hasta la guerra y la crisis humanitaria en Medio Oriente.

Precisamente, en este último ámbito, la Organización de Naciones Unidas ha elevado una voz de alarma contundente. Sus informes sobre la situación en Gaza constituyen una grave acusación, calificando las acciones de Israel como actos de genocidio, un señalamiento que coloca a la comunidad internacional ante un espejo incómodo.

Para naciones como Cuba, la ONU ha sido históricamente la tribuna para alzar la voz contra políticas como el bloqueo económico y la injerencia en asuntos internos, no solo de la isla, sino de países hermanos. Es el foro donde, de manera consistente, se ha abogado por el cese de las hostilidades y la protección de los civiles, principios fundacionales de la propia organización.

Hoy, la urgencia de revitalizar el espíritu de aquella Carta de 1945 es mayor que nunca. La promesa de unas naciones unidas para resolver pacíficamente los conflictos y mejorar la vida de las personas se ve amenazanda por la sombra de la guerra y la hegemonía. El desafío no es solo para la ONU como institución, sino para cada uno de sus 193 estados miembros: demostrar que la diplomacia y el derecho internacional pueden, y deben, prevalecer sobre la fuerza.