Tras una segunda vuelta electoral este 13 de abril, Ecuador reafirmó el carácter derechista de su futuro inmediato con la reelección en el cargo del empresario bananero Daniel Noboa, en unos comicios presidenciales marcados por la polarización extrema que describe al país, en un panorama electoral catalogado en muchos medios como «una imagen que atenta contra la democracia».
Reflejada en el acérrimo enfrentamiento entre sus dos principales fuerzas políticas: el partido Movimiento Revolución Ciudadana, y el partido Acción Democrática Nacional, la terrible fragmentación que vive la nación alcanzó su punto álgido en las últimas horas. La candidata de izquierda Luisa González denunció, públicamente, intentos de atentado contra su seguridad y la de su familia, además del estado de sitio declarado por Noboa en varias ciudades y provincias, de las cuales siete representan el grueso de votos a favor de la izquierda, en lo que muchos consideran un «panorama de dictadura», según Telesur.
En ese sentido, la representante del Movimiento Revolución Ciudadana enfatizó en sus primeras declaraciones que Ecuador «enfrenta el peor y más grotesco fraude electoral en la historia», y que pedirá reconteo de votos. No obstante, la candidata tendría que demostrar de manera concreta que ocurrieron sucesos influyentes sobre los resultados, los cuales, al cierre del conteo del 85,01 % de las actas, dieron como ganador a Noboa, con el 55,95 % de los votos, por encima del 44,05 % de la propia González.
Para evitar esta segunda vuelta, el pasado 9 de febrero era necesario que un candidato lograra más del 50 % de los votos o diez puntos de ventaja sobre su rival más cercano, cosa que sí sucedió este domingo para mantener al partido Acción Democrática Nacional en el poder, a pesar de que más de una decena de encuestadoras, incluso algunas simpatizantes de Noboa, daban a su nivel como favorita en los últimos meses.
En medio de este panorama tan complejo, lo cierto es que el pueblo ecuatoriano permanece en las calles mayoritariamente, en apoyo al reclamo de Luisa González de no reconocimiento a las cifras dadas a conocer por la presidenta del Consejo Electoral Diana Atamaint.
Varias organizaciones políticas y populares ya catalogan el suceso de «golpe electoral», en un contexto latinoamericano y caribeño marcado, además, por el brutalismo supremacista de Donald Trump y su inevitable influencia en nuestra área geográfica, donde renace el colonialismo derechista de la mano de obedientes subordinados a la Casa Blanca.
En esta contienda en las urnas, cerca de 13 millones de ecuatorianos estaban llamados a ejercer su derecho democrático, en un sistema electoral que considera prácticamente obligatorio el ejercicio del voto para los ciudadanos de entre 18 y 65 años.
A partir de estos resultados, hechos públicos luego de cerca del 90 % de la participación de los electores, la nueva Asamblea Nacional se perfila también dominada por ambos bloques políticos, lo cual, desde ya, vislumbra la pugna entre poderes, que podría llegar a entorpecer, incluso, la aprobación de legislaciones oficiales en pro o en contra de un determinado sector poblacional.
En una realidad condicionada por la convivencia o supervivencia, con otros cuatro años de oligarquía financiera bajo el ala de Noboa, más allá de cifras, lo cierto es que la ciudadanía ecuatoriana marcha al filo de una clara frontera establecida entre una tendencia política y otra, en un contexto radicalizado y sin aparentes o probables puntos de concordia o acuerdo. Ello solo genera un mayor divisionismo al interior de la propia población.