La historia se remonta a 1958, cuando un experimento en un laboratorio dio vida a Tennis for Two, un juego de tenis digital que encendió la chispa de lo que vendría después. Luego llegaron los años dorados de los salones recreativos, donde títulos como Pac-Man y Donkey Kong se convirtieron en íconos culturales. En sus inicios, los videojuegos eran vistos como un pasatiempo pasajero, pero con el tiempo, sus gráficos, narrativas y mecánicas evolucionaron, atrayendo a una audiencia cada vez más diversa y apasionada.
Hoy, para muchos, los videojuegos son más que entretenimiento: son un refugio. Un espacio donde desconectar del estrés diario, un “punto de guardado” emocional donde recargar energías. Y aunque algunos aún los subestimen, lo cierto es que cada quien encuentra su forma de relajarse, y si eso ocurre frente a una pantalla, no hay razón para juzgarlo.
Cada partida es una historia única. Cada victoria, un logro personal. Cada derrota, una lección. Los videojuegos despiertan emociones, nos retan a superarnos, a colaborar, a ser valientes y a no rendirnos. Porque más allá de los gráficos y los controles, lo que realmente importa es lo que sentimos al jugar.
En definitiva, los videojuegos no son solo una forma de pasar el tiempo: son un universo donde la imaginación y los sentimientos encuentran libertad. Y en este verano, ese universo está más vivo que nunca.