Barnet nació un 28 de enero, como el Héroe Nacional cubano; esa coincidencia lo ha marcado siempre, en la vida y en la obra. Y Ortiz fue su mentor, su maestro, su guía, su amigo.
“Y quizás no todos sepan los extraordinarios vínculos que existen entre estas dos figuras fundamentales de la historia y la cultura cubana, aunque no se conocieran personalmente. Fernando Ortiz fue uno de los más grandes e incansables divulgadores del legado de Martí, a principios del siglo XX. Hay que decirlo: en esa época mucha gente no tenía clara noción de quién había sido Martí, cuál era su pensamiento más raigal, cuáles sus aportes. Antonio Maceo —otro grande— murió sin conocerlo en toda su dimensión. Ni siquiera Máximo Gómez alcanzó a valorarlo en su plenitud, aunque hubieran organizados juntos una contienda.
“No estoy diciendo que Martí fuera un completo desconocido: era el fundador del Partido Revolucionario Cubano, era el principal impulsor de la Guerra del 95. Algunos en Cuba habían leído quizás versos y artículos suyos. Pero buena parte de la obra literaria, filosófica, buena parte del pensamiento antiimperialista, su visión latinoamericanista, sus artículos sobre los Estados Unidos, sus aportes a la lírica en español… lo que ha hecho de José Martí un auténtico clásico universal, no era de dominio público en su país, a pesar de que ya tenía monumento en el Parque Central.
“Realmente comenzó a haber conciencia de su estatura humanista y literaria cuando Gonzalo de Quesada y Aróstegui y Néstor Carbonell publicaron sus libros. Y esa circunstancia favoreció a Fernando Ortiz, quien era amigo cercano de los dos, y se identificó con los valores esenciales del Apóstol, y al mismo tiempo, supo aquilatar su peso ensayístico, político, ético y estético. Ortiz ya era un hombre influyente en el panorama cultural y académico cubano. Y en sus conferencias empezó a citar a Martí, recalcando su raigambre ideológica.
“Esa visión fue fundamental para la consolidación de lo que se pudiera llamar una izquierda ilustrada cubana, de la que Ortiz fue adalid. Y hay que agradecerle a esa izquierda el conocimiento de José Martí, del auténtico Martí en Cuba. Fue la izquierda la que lo colocó en su pedestal. Carlos Baliño, Julio Antonio Mella, Juan Marinello: es una cadena. Hubo aquí interesantes vasos comunicantes: Rubén Martínez Villena fue secretario de Ortiz en su bufete. En ese círculo estuvieron Pablo de la Torriente Brau, Conchita Fernández…
Se puede decir que Fernando Ortiz tendió puentes…
Exacto. Ortiz fue depositario, intérprete, vocero de las ideas de Martí. Y sembró esa semilla en sus discípulos, en sus amigos, sus conciudadanos.
Entre ellos, Miguel Barnet.
Humildemente. Yo hablaba mucho sobre Martí con Don Fernando. Sobre aspectos poco conocidos de la ideología martiana. Y de cosas más mundanas también. Porque un hombre es su totalidad. Puedo decir con absoluta certeza de que Ortiz era un martiano profundo, como se podría afirmar de muy pocos de su entorno y tiempo. Por eso irradió tanto.
¿En qué sentido irradió en usted?
En todos, si hablo de mi condición de intelectual. Y de mi vocación de servicio público, mi noción de la utilidad y el trabajo. Para Fernando Ortiz el trabajo era razón de ser. Yo aprendí mucho de esa disciplina. Iba a su casa y lo veía, ya muy enfermo, tomando notas, ideando proyectos, escribiendo cartas… no se cansó nunca. De ahí bebí.
Usted recibió el título de Héroe del Trabajo precisamente por esa vocación…
Yo no he dejado de trabajar nunca. Algunos dirán, bueno, él trabaja en su casa, con sus comodidades. Pero la verdad es que yo nunca me he quedado en mi casa. Soy de trabajar fuera. De mirar por la ventana y salir a la calle. Cuando no estaba en el Instituto de Etnología y Folclor, estaba en la Uneac, organización de la que fui presidente por una década. Fui representante de Cuba en el Consejo Ejecutivo de la Unesco. No me considero un intelectual de gabinete. Eso me aburre mucho. Necesito compartir con la gente, intercambiar, dialogar, discutir. Y poner todo eso en función de una obra, de un ejercicio creativo, que por supuesto, se sustenta en la investigación, las lecturas, el estudio.

¿Le sorprendió ser distinguido con esa condición de Héroe?
La verdad es que sí. Por varias razones. La primera es que esa condición se la suelen otorgar a la gente mayor, con mucha experiencia. Y yo nunca me he considerado un hombre mayor. Yo estoy aprendiendo todos los días. No tengo la conciencia de que he cumplido 85 años. Y lo otro, es que hay muchas personas en el mundo de la cultura que la merecen. Yo, por ejemplo, insistí en los merecimientos de Lesbia Vent Dumois, esa gran artista. Y tuve la satisfacción que al año siguiente la reconocieran a ella. Y te insisto, no es una cuestión de edad. Tiene que ver con una actitud. Ella y yo hemos dedicado la vida a trabajar por los demás. A trabajar y a vivir, que conste. A mí, por ejemplo, me encanta la bohemia.
Claro, hay que tomarse descansos…
Pero yo siempre estoy creando. Incluso cuando descanso. Nunca me desvinculo de la poesía. Siempre estoy organizando ideas para mis ensayos, para mis artículos. La mañana en que me levanto y no hago nada, me siento incómodo. Creo que hasta soy un mal ejemplo, porque a mí no me gustan las vacaciones. Es más: yo no entiendo las vacaciones. Mi familia me lleva a la playa y yo termino aburriéndome soberanamente. Y al final acaba leyendo, escribiendo, organizando conferencias… No logro desconectarme jamás. Ya ni me lo propongo. Es que nací para crear. El día en que no tenga ningún proyecto en la cabeza, puedes estar seguro que es el día en que ya me tengo que morir.
¿Para qué, por qué trabaja, por qué crea?
Para saberme útil. Esa es una enseñanza martiana. Y para sentirme bien, que es algo más íntimo. A mí me gusta mi trabajo, me hace feliz. Ese es un gran privilegio. Y no hablo solo de mi obra personal, mis novelas, mis poemas, mis ensayos… sino también la labor que uno hace en otros ámbitos. Cuando fui presidente de la Uneac algunos me decían que estaba sacrificando años preciosos para mi creación. No estaba sacrificando nada. Estaba haciendo otra labor, que me satisfacía igual. Yo soy un hombre político, en el sentido primigenio, el de la polis. Por eso extraño esa vida trepidante que yo llevaba en la Uneac.
¿Pero asumía su vida en parcelas? Hoy soy el presidente de la Uneac, ahora soy el poeta…
Yo soy un creador. Sencillamente. Soy un fabulador. Soy uno, en todas partes. Eso sí, me gusta trabajar en colectivo. Por eso creé la Fundación Fernando Ortiz, apostando por una obra compartida. Y algo hemos logrado: hemos conseguido ubicar a Fernando Ortiz y a muchos de sus contemporáneos en el lugar que merecen en la cultura cubana. Ojalá ese sabio pudiera inspirar a los jóvenes de la misma manera en que me inspiró a mí. Hacen falta maestros.

Muchos lo consideran a usted un maestro…
No lo sé. Tampoco me lo he propuesto. Nací en 1940, una fecha hermosa para nacer. Pude estar en el momento en que Fidel Castro pronunció sus célebres Palabras a los Intelectuales. Pude estar presente en las tertulias de Juan Pérez de la Riva y de Moreno Fraginals. Visité a Lezama Lima. Trabajé con Alejo Carpentier y con Nicolás Guillén. Es un privilegio inmenso. Si hubiera nacido veinte años después, no hubiera podido estar en la maravillosa caverna —en la idea de Platón— junto a tantos hombres y mujeres extraordinarios. He podido vivir momentos álgidos de la Revolución. Los buenos, los malos y los regulares. Y siempre junto a Fidel. Tuve largos diálogos con él. Eso no me lo quita nadie.
“Un día Fidel me dijo: ¡Qué valiente tú has sido! Le respondí de inmediato: Valiente ha sido usted, Comandante. De usted he aprendido. Cuando me quisieron aplastar en los años setenta, siempre creí en Fidel. Nunca me amargué. Confié en la capacidad de Fidel Castro para entender las lógicas de la cultura. Y así fue. Nunca seré un revolucionario vergonzante. Creo en la luz de esta Revolución, incluso en los momentos tan difíciles que estamos viviendo ahora mismo. Si yo no hubiera vivido en esta Revolución hubiera sido un hombre muy aburrido.