Todavía Alfredo Sosabravo traza bocetos de la casita de la estación ferroviaria donde nació, bordando las tonalidades de la vegetación y otros motivos de la naturaleza.
En derredor del inmueble se veían canteros sembrados de violetas y vicarias, las que regaba una preciosa muchacha a la que muchos conocían como Penélope, tía del niño.
Absorto en el andén de su próxima "estación", en la capital cubana, coge la aguja y teje el recuerdo del amanecer en Viana (localidad situada a unos dieciséis kilómetros al este de Sagua), las combinaciones de colores del tren que viajaba por vía estrecha, lo que le da lumbre poética a sus cuadros.
El Premio Nacional de Artes Plásticas, todavía mira su obra de cristalería para que no sea empañada por el olvido en su tierra natal, mientras que aguarda por el arribo de la prensa a aquella terminal que sirvió de hogar a la familia.
Me parecía verlo pintando sus figuras en una zona del borde inferior del Puente Viejo, cerca de Sitiecito, colgado de tanta añoranza por el paisaje.
Sosabravo, también grabador y ceramista, me recibe en su estudio de La Habana, rodeado de sus pinturas, tejidos, proyectos. Todavía se hechiza con el paquete de cómics, esos dibujos que le inspiraron las combinaciones de colores vivos: figurativas, llena de símbolos.
Mientras el señor de sombrero y gafas oscuras cruza por el gascar de sus ensueños, la pincelada se entremezcla en sentimientos, atmósferas de tijeras, cuchillos, bastoncitos, cintas, estrellas…
El maestro se inició cosiendo paños en el lienzo, tendencia o estilo que ambienta en su impronta actual. Parece que sigue dando puntadas a alguna figura que le obsesiona, quizás algún amigo de su infancia en Viana, quizás rememorando sus paseos por las cercas, recubiertas de cundiamor, para ver si salía la novia de la casa que él dibujaba como si fuera el palacio donde vivía la princesa.
En los años cincuenta del siglo XX vio una exposición de Wifredo Lam en el Parque Central, en La Habana, y quedó sobrecogido por el arte de su coterráneo. En el taller dibuja tal vez la prolongación de La jungla, pues como Lam ha llevado las imágenes de su Sagua a las más importantes galerías del universo… aunque es posible que algún día exponga en La Villa del Undoso, sin tener que esperar porque llegue otro envío de cómics.
Entonces se acerca el caballete de sus memorias y se traslada a los momentos en que recorría las calles de esta ciudad, tras abordar el trencito en Viana y bordar el ambiente para él, sentado cerca de la ventanilla del coche motor.
Tal vez se extasiaba en el cuadro "Un tranvía llamado metralleta", de su amigo Ángel Acosta León; así también escurría la acuarela por el hotel Telégrafo y las corrientes del río que alguna vez fueron bautizadas por Gabriel de la Concepción Valdés, Plácido. Jamás ha renunciado a la imagen de cuando a la tía Beatriz se le cayó el ramillete de violetas, al llegar al andén el amor de su vida.
Cuando se levanta y oye todavía el ronroneo de aquel armatoste sobre rieles, como las cafeteras que "armaba" Acosta León, el pintor de las estrellas sigue ensartando los muñequitos de la estación.