—Manino, ¿Mañach fue exitoso con las mujeres?, es que el captitulo de “La niña de Guatemala...”, le comenté.
—No, qué va, Mañach era muy serio…, trataba de calmar mis ansias por conocer si su amigo habia tenido una experiencia similar.
Le dije que pude entrevistar al doctor Gustavo Dubuchet, panelista del programa Escriba y Lea. El profesor fue alumno «del que se le antojaba un Aristóteles cuando impartía clases de Filosofia e Historia en la Universidad de La Habana». Además, el intelectual le había confesado que el ensayo sobre El Quijote era lo mejor que él había escrito en su carrera.
—Excelente, excelente, me aprobó el hallazgo
—Te diré que Mañach le ganó por concurso de oposición la Cátedra de Filosofía e Historia, en la Universidad de la Habana, nada menos que a Raúl Roa.
Manino me ensena un original del referido ensayo sobre El Quijote y otros libros que él guardaba con mucho celo en su habitación del Hotel Telégrafo.
一¿Y la polémica? —me dijo— ¿Por qué no hablas de sus polémicas con los más importantes intelectuales de este país?
Y me mostró un rollo de artículos de Mañach que convirtieron en obras de arte el contrapunto sobre diferentes temas políticos, culturales y sociales.
一Yo también polemicé con Enrique Núñez RodrÍguez, porque llamo proyanqui a Mañach en una de sus crónicas, me aportó esa novedad en el diálogo. Para azuzar el tema, fui testigo de cuando el quemadense lo llamó por teléfono a la redacción de la emisora Radio Sagua y le ratificó que él pensaba eso sobre Mañach y que, con el mayor respeto, si tenia que escribir que su amigo Manino era un mal pelotero lo hacia con toda honestidad.

El historiador siempre me recordaba que Jorge fue uno de los creadores de la Universidad del Aire, espacio mediático donde se invitaban a importantes profesores o catedráticos. Me obsequio varios cuadernos que contenían las conferencias de esos intelectuales y destacaba que cuando se trataban temas que no le convenían al gobierno que se publicaran, la policía los sacaba a empujones del estudio de radio.
Cuando el corresponsal Tomás Aguilera Hernández iba a La Habana, a dejar sus colaboraciones en diferentes periódicos que circulaban durante el siglo pasado, le llevaba ostiones de Isabela de Sagua al maestro Jorge Mañach. «Sabes, a él le parecían viajes a Venecia los que hacía a este poblado portuario», señaló uno de sus mejores admiradores.
—Sé que empezaste con la sutileza de “La nina de Guatemala” —me aclaró—. Son sencillamente unas páginas maravillosamente escritas.
Él me hablaba mucho sobre este capítulo y su satisfacción en general por la obra “Martí, el Apóstol”. Nunca le pregunté sobre el particular, pero fue muy envidiado por sus encantos personales, y no sé si encontró en el camino alguna similar al que dijo que murió de amor.
一Por cierto, él se casó con una de las damas de mayor fortuna en la capital, subrayó Manino.
Es verdad que tenía una prosa profunda y afilada, pero lo recuerdo porque nunca dejo de tratarme con cariño y jamás olvidó su añoranza por su «tacita de plata», a la que dedicó bellisimas crónicas en Glosario.
De un escaparate que era como un archivo viviente, salían documentos y fotos de la historia de Sagua, un reencuentro con el pasado. Aparecia junto a mí una de esas bibliotecas laberínticas que tanto apreciaba Borges. Me mostró una crónica en la que destacaba que un coterráneo había estudiado en la Universidad de La Sorbona de París.Y enseguida se vanagloriaba al decirme que fue profesor de Lenguas Romances en la Universidad de Santiago de Compostela.

El cénit estuvo, sin embargo, cuando extrajo ediciones originales de “Indagación del choteo”, “Para una filosofía de la vida”, “Visitas españolas” y el ensayo “Goya,pintor”, firmados por Mañach.
—Me los devuelves, esas son mis joyas, me advirtió con la solemnidad de costumbre.
Contaba que el polemista conservaba en su casa de La Habana, un cuadro que le habia obsequiado Enrique José Varona, en cuya dedicatoria expresa: «A mi eminente alumno Jorge Mañach Robato, una de las mentalidades más ágiles del continente americano».
—Sabes, te voy a contar la anécdota de la única vez que no puse en primer lugar la oratoria de Mañach —redescubrió con gracia el periodista. Cuando disertó en el rincón martiano, cerca del malecón, para mi era lo máximo que había escuchado. Sin embargo —agregó—, al despedir el duelo de un importante director de un periódico cubano en el siglo XX, era visible que se había oído lo mejor. Eso pensábamos los que asistimos a la ceremonia.Pero,ya entrada la noche, se subio al estrado Cortina, trigueño, de barba tupida, y con su verbo hizo estremecer al camposanto.
—La última vez que estuvo en Sagua estaba muy enfermo —recuerda el reportero—.Me hablo de que se marcharía a Puerto Rico y de que recientemente había conversado con Juan Marinello. Él siempre respetó los criterios ideológicos «de su amigo Juan». Antes de partir, el filósofo ofrecio una conferencia magistral en el teatro Alcázar. En aquellos momentos de preludios, se le veía en los ojos el orgullo por haber escrito la biografia novelada de José Martí.Y se montó en un imaginario coche, de esos «de hules y correajes» que había descrito en “Glosario”.