Durante todo el año, los cubanos se la pasan añorando estos meses, en los cuales se dispone de ese manjar, que además de comerse crudo, puede prepararse de diversas maneras, ya sea en dulces, tajadas o como jugo o cóctel. Por épocas, incluso en los años duros y de escasez, el mango ha sido la alimentación de muchos. El mango se originó en la India y Sri Lanka.
Es un fruto dulce y carnoso que se da sobre todo en zonas tropicales. Según la leyenda, Buda recibió la iluminación en medio de un campo de mangos, ya que tanto la sombra como el frescor de los árboles lo transportaron a un estadio de introspección y espiritualidad. Las rutas antiguas que provenían de la India y de China dieron cuenta de la existencia de estos manjares.
Los portugueses que llegaron al lejano oriente a partir de la navegación por bogeo transportaron el fruto hasta América y allí se comenzó a extender de forma natural. En nuestro continente, el mango saltó a las selvas y los bosques y se convirtió en un árbol silvestre por las condiciones de humedad y de calor que requiere la formación de esta planta. Todos los mangos del mundo tienen un antepasado común en el continente asiático de hace más de 5000 años, pero desde entonces las variaciones dentro de dicha especie han sido diversas.
Desde esos inicios, el consumo del dulce derivado de este fruto se asocia a altas cualidades nutritivas e incluso medicinales. En guerras y catástrofes, los mangos salvaron las vidas de las personas de las consecuencias de las hambrunas, pero en el caso de Cuba y más específicamente de Santa Clara, las arboledas de mango llegaron con los europeos. Poco a poco, a partir de la sustitución de las plantas locales y de la tala de los bosques originarios, se dio una extensión de las plantas extranjeras.
Los mangos saltaron desde las casas y los patios a las sabanas, las montañas, las cañadas y en dos siglos eran parte del paisaje indisoluble. Aquellas primeras semillas traídas hacia las fincas de extramuros en La Habana en 1793 pronto se llevaron a toda la isla y se situaron entre los más codiciados. A partir de entonces se comenzó a afirmar en el folclore local un fenómeno bastante común, el robo de mangos.
Era algo cotidiano que a la par que había patios llenos de estos frutos, otros cruzaran las cercas para llevárselos, y las peleas entre vecinos resultaban abundantes. Los santaclareños de aquellos siglos de la colonia fueron creando todo un acervo de frases en torno a la vida de estos frutales. Quizás la más antigua, que además era común en la Cuba de la época, es «Aquí se formó un arroz con mango».
O sea, una pelea y un desorden como los que surgían en los patios asaltados de aquellos años. Pero la cosa no termina allí. También se usa la frase «Acabó con la quinta y con los mangos» para referirse a alguien que destruyó un lugar.
Quizás porque en las famosas casas quintas coloniales había abundantes frutales de mango y hasta allí llegaban los famosos ladrones. Y de allí se deriva «Le zumba el mango» cuando algo es inaceptable y fuera de toda lógica o «Coger los mangos bajitos» cuando las personas se entraban a robar y se llevaban los que estaban más abajo en los árboles. De aquellos años iniciales se deriva la alta valoración de estos frutos ya que en la colonia se solían vender a precios muy elevados.
De hecho, entre los cubanos persiste la frase de Fulano o Fulana es un mango porque se trata de una persona agraciada. Y aún hoy, cuando es uno de los frutos más comunes en las temporadas de cada año, nada hay más parecido a un mango que la belleza de una cubana en la flor de su juventud.